COMPENDIO.

100 metros (2a).

20101106
- ¡Alguien, alguien socórreme!

Pero fue casi en vano, hallaba ya los ojos para atrás; así en blanco. Putaba ya el olor a muerte y lo peor de todo, a chisme. La muchedumbre entera estaba detrás y se hacían saber los baratos pensamientos cochambrosos de la gente, de'sos que nadie pide pero nunca harán falta:

- Yo algo le sabía, de que era bien putota y que se hacía la difícil.
- Por ahí yo supe, que se cortaba con tal de satisfacerse, estaba enferma mentalmente.
- Ó a lo mejor se metió con otro más enfermo que ella y le dió pa'contar santos.
- Es que esta carretita, con cualquier burro jalaba y por eso, le dieron su descuento.

Y así como los chismosos, también se hicieron los peritos a las casi tres horas que pasó todo. Pobre Camila, de verdad que ni a una enemiga, le tendría carencia de compasión, será lo que Dios quiera, pero la muerte de alguien en virtud de haberla prescenciado, te deja con el aliento seco.

Entrados los días de la semana y yo sin poder dormir bien, me presentaba casi media hora después ó también con media hora antes al trabajo. Pues yo siempre fuí muy regular en mi puntualidad, lo que sea de cada quién. Pero desde aquel día, todas nos veíamos con desconfianza y hasta de los "clientes". Ya ni sabíamos que si esto era una obra de una Judas ó siempre sí la mataron por aflojona. Lo único que supe y eso por que lo ví, fue que a los dos meses, un pachuco bien extraño, con una envergadura en la espalda tan bien proporcionada, que el porte, era inigualable. Una tez tan ligera, que su piel le hacía aún más atractivo, pero cuando se hizo acercar a unos cinco pasos de mí, me dijo de la manera más sensual posible:

- ¿Haz visto tú a Camila?

Obvio, yo con los calzones echos tripa, le constesté sin pensarla:

- No guapo; ya tiene rato que se murió la Cami.
- Qué raro, te diré, por que si no estoy mal, está atrás de tí.


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