Las fragancias hacían un danzón peculiar en el aire, rejuntándose a lo más convenenciero, las fragancias masculinas, con aromas troncosos y cítricos, con los olores de una fémina recién emperifollada. Entalcada hasta las medias.
No se nos hizo raro, que más de setenta hombres se dieran una vuelta larga, por ahí de los vestidores, ya que si alguna de nosotras quería un dinerito extra, pues se hacían los favores sin afán de arruinarle la noche a nadie.
Ahora que si a esas vamos, yo de plano nunca quise entrometerme con la vida de Camila, quien llevaba en sí, más de quinientos mil pesos en cartera y a más de dos borrachos por noche sabatina a su casa. Es que ella si era atravancada, hasta con decirles, que dicen que era una neo-versión matanguera de Agripina y que cualquiera que fuese su Claudio, le deseábamos lo mejor que pasase en su vida.
Lo que se nos hizo raro, fue que llegara pálida, sin cartera y con la mano en el hombro. A la primerita que vió en la entrada fue a mí, claro que yo estando en asuntos, pues ni como desviar la mirada, pero estuvo tan triste el asunto, que al verme, me diera un abrazo, un beso en la mejilla y se me desplomara en el instante.
Había muerto y todo, estaba llenísimo de moronga.
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